
Apropiación de la Guelaguetza
ERNESTO REYES
Hay voces que cuestionan la manera en que el gobernador del estado, como la mayoría de quienes le antecedieron en el cargo, se monta en los eventos más importantes de la guelaguetza, con el fin de dar la impresión de que es sumamente popular y el principal promotor de nuestras tradiciones. Salvo Gabino Cué quien trató de separarse, por ejemplo, de la entrega de regalos al gobernador y familia cada vez que pisaba una delegación el escenario, antes que rendir honores a la representación de la diosa Centéotl, todos han caído en dicha práctica con la idea de incrementar su aceptación. Cosa que no siempre se logra, como fue el caso de Ulises Ruiz o que puede estar pasando con el actual. Bueno, hubo algunos que insertaban en las delegaciones a sus propias hijas o a artistas de televisa, lo que manchó la autenticidad que reclaman los pueblos participantes.
Desde las épocas coloniales – afirma el historiador Mark Overmyer Velásquez – los gobiernos latinoamericanos (han) usado el idioma y las ceremonias para legitimar su derecho a gobernar. En la República Mexicana, y particularmente en Oaxaca, esto ha sido práctica cotidiana, como durante el gobierno del porfirista Emilio Pimentel, y en el homenaje racial a la ciudad de Oaxaca, en el año 1932, con lo que se implantó en la época moderna la tradición de los lunes del cerro.
En el artículo “Construyendo la ciudad disciplinada: Oaxaca de Juárez durante el porfiriato”, que aparece en el libro Visiones sobre la ciudad esmeralda, el académico de la Universidad de Conecticut, recuerda que Philip Corrigan y Derek Sayer sostienen que el poder del Estado trabaja recreando de manera continua las identidades sociales por medio de un proceso de revolución cultural. Estos autores plantean que la formación del Estado es un proceso en marcha, un ritual de gobierno de largo plazo que delimita los campos de aceptabilidad social, política y cultural. “De manera similar, los líderes cívicos de Oaxaca movilizaron y festejaron los símbolos inventados del pasado tradicional de Oaxaca y de México con el propósito de reforzar su poder político y asegurar sus visiones exclusivas de lo secular y la raza sobre el papel de Oaxaca en el Estado moderno de México”.
Nada más cercano a lo que sucede en la realidad actual. Si encabezar desfiles – calendas, gozonas, las cuatro ediciones de la guelaguetza, el Bani Stui Gulal, Donají la leyenda, etcétera- le reditúa en aceptación a Salomón Jara o si debe existir un límite para que políticos dejen de manosear las tradiciones, el veredicto y la discusión corresponde a la opinión pública y quienes se manifiesta en las redes sociales. Ningún poder legal, salvo que algún día se legisle al respecto, puede poner un freno a la fascinación que produce al poderoso sentirse la persona más importante de la guelaguetza, y con ello seguir expropiando esta tradición.
Esta práctica es replicada por la Sección 22 durante la guelaguetza magisterial, donde las figuras a destacar, además de las consignas políticas del gremio, son los integrantes del comité ejecutivo seccional, además de que ellos, sus familitas y amigos, son los primeros en recibir la entrega de productos de la guelaguetza. Es además grotesco cómo integrantes de dicha élite se han exhibido tomando bebidas embriagantes y protagonizando riñas y escándalos.
A diferencia de lo que ocurre en la capital oaxaqueña, en las guelaguetzas que tienen lugar en poblaciones de los valles centrales, es reconocida la tarea organizativa de las autoridades del cabildo. Pero hay una enorme diferencia con lo que ocurre en el cerro del fortín: en los pueblos existe una manera diferente de sentir y tratar a la autoridad. Hay una identificación más directa y genuina entre el gobernante y el gobernado.
Por lo que se ve, las representaciones culturales del estado y su historia, además de los espacios simbólicos rituales, buscan abarcar todos los estratos de la sociedad, uniéndolos en una congregación costumbrista y racial con las élites gobernantes quienes presumen de millonaria derrama económica que finalmente beneficia, en su mayoría, a las élites económicas, háblese de comerciantes -hoteleros-restauranteros, mezcaleros, grandes vendedores de artesanías, agencias de viaje, etcétera- además de políticos, funcionarios y particulares que hacen jugosos negocios con la renta del sonido para espectáculos, locales, templetes, instalación de ferias, contratación de artistas, esculturas monumentales, papel picado y el cobro legal e ilegal del ayuntamiento a personas artesanas.
Si no, vean el caso del humillante y condenable trato propinado al grupo que representa la artesana que elaboró el vestido de toma de posesión de la presidenta Claudia Sheinbaum.
@ernestoreyes14