El guardián de los cantos sagrados en Santa Cruz Xoxocotlán

El guardián de los cantos sagrados en Santa Cruz Xoxocotlán

Cuando José Julio Reyes Matías era niño, la Semana Santa no era un evento más del calendario. Era una época en que el pueblo entero se reconocía, el silencio se hacía oración y las campanas marcaban el ritmo de una devoción profunda. 

Hoy, a sus 66 años, José Julio sigue esos mismos ecos, no como espectador, sino como uno de los protagonistas discretos que mantienen viva la fe y la tradición en Santa Cruz Xoxocotlán. Aunque no puede ver y no cuenta con una pierna, su espíritu es inquebrantable.


Este municipio conurbado a la ciudad de Oaxaca, con más de 100 mil habitantes, no solo es testigo del crecimiento urbano y la modernidad que avanza a paso acelerado, sino también de un patrimonio espiritual y cultural que sobrevive gracias a hombres como él. Maestro de capilla, huehuete y rezador de difuntos, José Julio ha dado su vida entera al servicio de su comunidad, guiando a los suyos en momentos de reconocimiento, duelo y celebración.


La infancia marcada por el canto
"Desde que tenía 14 años comencé a ir con los apóstoles y el maestro de capilla. Me gustaba cómo cantaban, cómo rezaban. Me llamaba la atención", recuerda José Julio, sentado en una silla de madera bajo la sombra de un níspero. A un costado, cuelgan aún los lienzos morados de la Semana Santa, testigos recientes de otra jornada de entrega.


En su adolescencia, no soñaba con escenarios ni con el reconocimiento público. Lo suyo era escuchar, aprender y después, compartir. La música sacra, los cantos de difunto y las alabanzas se volvieron parte de su vida diaria. Aprendió de oído, repitiendo cada verso hasta hacerlo suyo.
"Antes no había grabadoras ni papeles. Aprendíamos con el corazón, repitiendo y repitiendo. Así se nos quedaba", explica con una sonrisa serena.


José Julio no recibe un sueldo. No lo espera. Para él, la devoción no tiene precio. Cada canto, cada rezo, es una ofrenda. "No cobro por lo que hago. Es mi manera de servir. Si me dan algo, está bien. Si no, también está bien", afirma con humildad.
Ha acompañado velorios bajo la lluvia, ha guiado procesiones bajo el sol abrasador, ha enseñado a niños y jóvenes a entonar las alabanzas con respeto y sentido. En todo momento, su voz ha sido una constante.


La guía de los apóstoles
Uno de los grupos más emblemáticos de Xoxocotlán durante la Semana Santa es el de los apóstoles, compuesto por hombres que encarnan a los discípulos de Jesús durante las celebraciones litúrgicas. José Julio es su guía, su maestro.

"No solo es enseñarles qué rezar o qué cantar. Es enseñarles a sentir, a entender por qué lo hacemos", explica. Y no es tarea sencilla. En una época en que las redes sociales y las ocupaciones cotidianas alejan a los jóvenes de las tradiciones, José Julio se mantiene firme, paciente, convencido de que vale la pena sembrar, aunque no siempre se vea la cosecha.


La historia de José Julio no ha pasado desapercibida. Su trabajo ha sido registrado en un disco de cantos fúnebres y forma parte de una tesis universitaria elaborada por Leopoldo Flores Valenzuela, un antropólogo que dedicó años a estudiar la religiosidad popular en los Valles Centrales.


“La primera vez que lo escuché cantar, me estremeció”, recuerda Flores Valenzuela. "No era solo la voz, era la intención. José Julio no canta con la garganta, canta con el alma. Es un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos".


Una voz que no se apaga
En Xoxocotlán, como en muchos pueblos de Oaxaca, la fe no es una doctrina abstracta, es una forma de vivir. Está en los altares domésticos, en las flores que adornan las calles, en los tamales que se comparten después del rosario. Y en medio de todo eso, está la voz de José Julio, constante, profunda, humilde.


“No sé hasta cuándo pueda seguir, pero mientras Dios me dé vida, aquí estará”, dice mientras mira al cielo que comienza a tornarse naranja.


Es Jueves Santo, le toca cantar junto a los apóstoles después de la Procesión del Divino Preso y Cristos de la comunidad, y él estará ahí, como siempre. Con su memoria intacta, sus rezos y su fe intacta. Porque para José Julio, servir a su comunidad no ha sido una carga, sino un privilegio.

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